lunes, 29 de agosto de 2016

El cambio: transiciones, ruptura y absorciones. Segunda parte


En mi anterior artículo, mencionaba las diferencias entre una ruptura (una revolución), una transición (de la dictadura a la democracia, en España), o una absorción (cuando una empresa compra a otra).  
Resaltaba que para poder transitar a un futuro más funcional, sin entrar en ruptura,  se ha de reconocer el pasado y respetarlo, sabiendo mirar a los que han llegado antes y lo que han logrado.
Pudiera parecer que de esta forma estamos atados al pasado, sin posibilidad de cambio real, condenados a vagar por las disfuncionalidades del sistema antiguo con poca capacidad de reacción.
Esto es así en la mayoría de los casos, los seres humanos vivimos anclados víctimas de nuestras creencias y valores a los que adoramos en silencio, incapaces de vislumbrar las cadenas que nos atan al dolor y a la infelicidad.

¿Es posible  transitar a un futuro mejor, respetando los que han venido antes, y rompiendo muchos de los paradigmas que actualmente causan las disfuncionalidades del sistema? La respuesta es que sí, pero hemos de trabajar en otro nivel de conciencia.
Por poner un ejemplo real y anclarnos a la realidad. En España vivimos aún las consecuencias de una guerra fratricida,: los partidos políticos y/o sus votantes aún se siguen alineando, unos con los vencedores y otros con los vencidos, condenados de por vida a mantener un enfrentamiento que los muertos hace ya tiempo que olvidaron, y que solo las pasiones humanas son capaces de mantener.
Trascender este estado de enfrentamiento no es fácil. Intentaré mencionar las dificultades principales, y cómo ir más allá
Liderazgo disfuncional. Muchas personas se sienten leales a una ideología, a un ancestro muerto en la guerra, a un concepto de realidad, a una quimera, al dinero o a la importancia personal y siguen este constructo sin darse cuenta de las cadenas que los atan, sin percibir que son esclavos de esa idea, de ese ancestro, de ese concepto de la realidad. No son capaces de pensar y de razonar por sí mismos, viven de ideas prestadas, de emociones adoptadas, una existencia predecible y aburrida.
Lealtades de grupo. Las personas individuales tendemos a vivir en sociedad y a ser leales a la sociedad en la que vivimos.  No hace falta irse a la Alemania de Hitler para ilústralo; tenemos multitud de ejemplos hoy en día que nos muestran nuestra necesidad de aglutinarnos en torno a creencias y valores comunes: grupos religiosos, banderas, idiomas, razas, sectas o incluso equipos de fútbol.
Desconexión con la propia instintividad. Vivimos alejados de la naturaleza, hemos olvidado que la Tierra es nuestro hogar y que le debemos respeto. Preferimos sentirnos dominadores y propietarios de la Tierra antes que sus hijos. Nuestro castigo consiste en vivir vidas vacías, sin conexión real con la vida, confundiendo el hedonismo con el placer y el marketing con la realidad de las cosas. Le damos una posición subordinada a las mujeres, auténticas hijas de la Tierra y creadoras de vida, y les hurtamos su dignidad.
SI queremos hacer una transición a un sistema más funcional, hemos de trabajar en otro nivel de conciencia: más allá de seguir a una idea, a una persona, a una ideología, al narcisismo o al lucro, hemos de ser capaces de liderarnos a mostros mismos. Hemos de ser capaces de trascender los juicios de nuestros grupos de referencia e ir más allá y hemos de ser capaces de vivir en conexión con nuestros instintos.

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